Supongo que cuando hayáis leído el título os habréis dicho “vaya
título más raro. ¿No habría sido suficiente con poner solo Los colegios?”
Os seré sincero: En realidad esta entrada iba a dedicársela -bueno, no a dedicársela, que no se merecen
que se les dedique nada- a los exámenes a secas. Pero me dije ¿y qué pasa con
el resto de cosas que rodean los exámenes?, ¿Qué pasa con los deberes, los
profesores, los trabajos…? Así que pensé, que narices; hablo un poco del cole pero
resalto que los exámenes son una enorme estupidez que no sirve de nada.
Sí, de nada. Y quien piense lo contrario que me lo diga (que
le meto un tortazo para que se recupere del golpe que se haya dado -en las películas
es así, por lo tanto ¿por qué no va a funcionar en la realidad?-). Cuando a un
profesor, máxima autoridad en cuestiones de exámenes, se le pregunta el porqué
de estos, la respuesta más o menos lógica que da es: “Es que es la mejor forma
de calificar”. Solo porque en un examen se puede poner un número. Menuda gilipollez.
¿Para qué narices sirven las notas? Coño, buscaos otra forma de evaluarnos. Si al
menos los exámenes sirvieran para aprender algo; pero es que tampoco se aprende
nada gracias a ellos. Solo sirven para “ejercitar la memoria”, y ni siquiera
para eso porque en dos días habrás olvidado de qué iba el examen. Por lo tanto,
ni sirven para aprender, ni sirven para evaluar a alguien (hemos quedado en que
solo se usan como método rápido de calificación). Que conste que no entiendo
como sinónimos evaluar y calificar. Lo primero
lo asocio a ver las características y valores de alguien, cosa que no se puede
sacar mediante exámenes, y lo segundo es simplemente poner una nota.
Pues eso, que de qué sirve poner a la gente (no solo a los
niños, que hasta después del instituto se continúa con exámenes) nerviosa y
estresada, para que en una hora olviden todo lo que han estado “estudiando”
durante varios días.
Estudiar. ¿Qué es estudiar? Al principio, yo el estudio lo
confundía con aprendizaje. Tonto de mí me creía que estudiar era, por ejemplo,
aprender a leer y escribir; aprender cómo hacer sumas, restas, multiplicaciones
y divisiones… Pero uno crece. Y cuando lo haces te das cuenta que lo primero no
tiene absolutamente nada que ver con lo segundo. Cuando creces te das cuenta
que solo se “estudia” para el día del examen y que “aprender”, no se aprende
nada (a excepción de los idiomas como inglés, francés o alemán; y solo si después
continúas hablándolos). De hecho, pregunta a quien quieras (que haya tenido un
examen hace poco, o que continúe en una etapa donde se le hacen exámenes) si te
puede decir alguna pregunta que haya tenido, y su respuesta. O si no, pregúntale
de qué iba su examen. Que te cuente un poco algo de algún tema. A no ser que
tenga una memoria de la hostia, de esos que ven algo y ya no lo olvidan en su
vida, seguramente te diga que ya no se acuerda de lo que dio.
Y eso ocurre porque no se aprende. Solo se estudia.
Cambiemos de tema. ¿Alguien se acuerda de los madrugones que
se pegaba para ir al cole? Jodían, ¿eh? ¿Y eso para qué servía? ¿Por qué había
(y hay) que levantarse tan temprano? ¿Qué problema hay en levantarse a una hora
normal (hasta las 9 no cuenta como hora normal) para ir a clase? Pues no. Los coles
empezaban a las 9 o las 8 y media y todos los días había que estar a esas
horas, con legañas y todo incluidas (porque, aunque te las quitaras después de
levantarte, como seguías dormido, estas volvían a salir), sentado en tu pupitre
(que no te dejaban llevar almohada) con la cabeza sobre el libro, sobre la
mesa.
De momento voy a parar esta entrada aquí, ya continuaré con
la segunda parte de Los colegios, y allí me meteré un poco con los profes, los
recreos, los niños (que no estudiantes, porque en esa época todavía no se “estudia”
realmente), los libros de texto, etc.