12 ene 2015

Los colegios, y más concretamente, los exámenes

Supongo que cuando hayáis leído el título os habréis dicho “vaya título más raro. ¿No habría sido suficiente con poner solo Los colegios?”

Os seré sincero: En realidad esta entrada iba a dedicársela  -bueno, no a dedicársela, que no se merecen que se les dedique nada- a los exámenes a secas. Pero me dije ¿y qué pasa con el resto de cosas que rodean los exámenes?, ¿Qué pasa con los deberes, los profesores, los trabajos…? Así que pensé, que narices; hablo un poco del cole pero resalto que los exámenes son una enorme estupidez que no sirve de nada.

Sí, de nada. Y quien piense lo contrario que me lo diga (que le meto un tortazo para que se recupere del golpe que se haya dado -en las películas es así, por lo tanto ¿por qué no va a funcionar en la realidad?-). Cuando a un profesor, máxima autoridad en cuestiones de exámenes, se le pregunta el porqué de estos, la respuesta más o menos lógica que da es: “Es que es la mejor forma de calificar”. Solo porque en un examen se puede poner un número. Menuda gilipollez. ¿Para qué narices sirven las notas? Coño, buscaos otra forma de evaluarnos. Si al menos los exámenes sirvieran para aprender algo; pero es que tampoco se aprende nada gracias a ellos. Solo sirven para “ejercitar la memoria”, y ni siquiera para eso porque en dos días habrás olvidado de qué iba el examen. Por lo tanto, ni sirven para aprender, ni sirven para evaluar a alguien (hemos quedado en que solo se usan como método rápido de calificación). Que conste que no entiendo como sinónimos  evaluar y calificar. Lo primero lo asocio a ver las características y valores de alguien, cosa que no se puede sacar mediante exámenes, y lo segundo es simplemente poner una nota.

Pues eso, que de qué sirve poner a la gente (no solo a los niños, que hasta después del instituto se continúa con exámenes) nerviosa y estresada, para que en una hora olviden todo lo que han estado “estudiando” durante varios días.

Estudiar. ¿Qué es estudiar? Al principio, yo el estudio lo confundía con aprendizaje. Tonto de mí me creía que estudiar era, por ejemplo, aprender a leer y escribir; aprender cómo hacer sumas, restas, multiplicaciones y divisiones… Pero uno crece. Y cuando lo haces te das cuenta que lo primero no tiene absolutamente nada que ver con lo segundo. Cuando creces te das cuenta que solo se “estudia” para el día del examen y que “aprender”, no se aprende nada (a excepción de los idiomas como inglés, francés o alemán; y solo si después continúas hablándolos). De hecho, pregunta a quien quieras (que haya tenido un examen hace poco, o que continúe en una etapa donde se le hacen exámenes) si te puede decir alguna pregunta que haya tenido, y su respuesta. O si no, pregúntale de qué iba su examen. Que te cuente un poco algo de algún tema. A no ser que tenga una memoria de la hostia, de esos que ven algo y ya no lo olvidan en su vida, seguramente te diga que ya no se acuerda de lo que dio.
Y eso ocurre porque no se aprende. Solo se estudia.

Cambiemos de tema. ¿Alguien se acuerda de los madrugones que se pegaba para ir al cole? Jodían, ¿eh? ¿Y eso para qué servía? ¿Por qué había (y hay) que levantarse tan temprano? ¿Qué problema hay en levantarse a una hora normal (hasta las 9 no cuenta como hora normal) para ir a clase? Pues no. Los coles empezaban a las 9 o las 8 y media y todos los días había que estar a esas horas, con legañas y todo incluidas (porque, aunque te las quitaras después de levantarte, como seguías dormido, estas volvían a salir), sentado en tu pupitre (que no te dejaban llevar almohada) con la cabeza sobre el libro, sobre la mesa.


De momento voy a parar esta entrada aquí, ya continuaré con la segunda parte de Los colegios, y allí me meteré un poco con los profes, los recreos, los niños (que no estudiantes, porque en esa época todavía no se “estudia” realmente), los libros de texto, etc.

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